11 de julio de 2025
Empezar con la respiración es una forma sencilla y poderosa de saber en qué momento estamos. Al conectar con la sensación física de estar presentes en nuestro cuerpo, comenzamos a habitar el aquí y el ahora. Respirar y sentir: dos acciones naturales que, por realizarlas en automático, solemos dar por sentadas. Sin embargo, son fundamentales para identificar cómo nos sentimos, escuchar nuestras emociones y dar forma a los pensamientos que nos acompañan.
Aún así, con frecuencia funcionamos desde un automatismo que nos aleja del presente. Vivimos atrapados en un «modo hacer» que nos empuja a una pluriactividad constante. Y en esa inercia, perdemos el contacto con nuestro centro, con nuestro “modo ser”.
El mindfulness puede ayudarnos a reconectar con ese modo ser. Y el verano, por su simbolismo de pausa, luz y descanso, puede ser una oportunidad para empezar. Cuando unimos la técnica con el momento adecuado, generamos las condiciones para crear un hábito sin fecha de caducidad. Un hábito que cultiva una vida interior más pausada y serena, capaz de sostenernos frente a la intensidad del mundo exterior.
¿Cuáles son las señales del modo hacer?
Sentirnos agotados, aunque no hayamos hecho “tanto”, no disfrutar del presente porque ya estamos anticipando el siguiente paso, vivir en una mente hiperactiva… son señales claras de que estamos en modo hacer.
Este estado mental consume mucha energía. A las decisiones que debemos tomar cada día se suman las preocupaciones, imprevistos o situaciones difíciles que no hemos elegido. Y, sin darnos cuenta, nos desconectamos de nosotros mismos, tratando de resolverlo todo desde el control y la exigencia.
¿Y qué es el modo ser? ¿Cómo entrar en él?
El modo ser es, precisamente, donde simplemente somos. No hay nada que demostrar ni que solucionar. Es un espacio interno en el que podemos detenernos, apagar el piloto automático y observar tanto lo que ocurre dentro como fuera de nosotras. Es analizar desde la pausa, no desde la urgencia.
Darnos permiso para parar no es perder el tiempo. Es una forma de reconectar con lo esencial.
Conectar con nuestras emociones a través del mindfulness
Basta con cerrar los ojos (de forma literal o simbólica) y poner la atención en lo que está aquí, en lo que ya es. No en la lista infinita de tareas pendientes.
Podemos empezar con una práctica informal, probando cómo nos hace sentir ese nuevo espacio que estamos construyendo. A medida que avancemos, podremos ir ampliando y profundizando en distintos aspectos. Lo importante es empezar. Reducir el ruido mental, sostener la atención y, poco a poco, dejar de alimentar los pensamientos intrusivos.
No se trata de cambiar nada, sino de observar con curiosidad. Cultivar una mirada sin juicio, sin exigencias, sin expectativas. Cuando interiorizamos que todas las emociones son válidas, también aprendemos que parar no es un acto de debilidad ni una pérdida de tiempo. Es un gesto de cuidado. Es abrir la puerta al modo ser.
Y desde ahí, desde ese espacio, estaremos más disponibles para prácticas como el mindfulness, que no busca cambiar lo que somos, sino ayudarnos a mirar con más claridad y amabilidad.
Y si alguna vez crees que has fracasado, recuerda esto:
El fracaso no es una realidad objetiva. Es una sensación. Una emoción. Y como toda emoción, viene a decirnos algo. Escúchala. Porque las emociones son mensajeras, y siempre tienen algo que contarnos.
Este artículo para blog de la Fundación MÁS QUE IDEAS ha sido escrito por Estefanía Romero, psicóloga y psicooncóloga.
Forma parte del personal técnico de MQI.